viernes, 4 de diciembre de 2009

Cuento: CHUNGAR

Por José Respaldiza Rojas

Hace mas o menos treinta años atrás, mi esposa Elvira Chávez Mariñas, hija de Magna Mariñas Zelada y de Gustavo Chávez Araujo, mi invitó a visitar su tierra, Sucre, durante la fiesta patronal de San Isidro Labrador. Teníamos ya nueve años de casados, mi hija mayor, Elvira Alionca andaba por los ocho años y mi hija menor, Cinia estaba en los cinco.

Tenía gran expectativa por conocer esa parte de nuestra serranía norte. Por la costa norte había subido hasta Trujillo, cundo era universitario. Viajamos directo hasta Cajamarca y de allí tomamos otro ómnibus para ir a Sucre

Nos dio posada la tía Cata – Catalina Zelada Collantes- en una casa muy amplia situada en Minupampa, cercano a Pencas, en las afueras del pueblo. Mientras el tío Emilio Aliaga Sánchez atendía una tienda relativamente surtida, ella nos llevó hasta un cuarto situado en la parte de atrás, luego de pasar por un patio interior.

Llegamos casi por iniciarse el invierno, pero Elvira me corrige:

- En Mayo está por comenzar el verano.

- Mujer, en todo el sur del Continente se deja atrás el otoño y comienza el invierno.

- Eso será en todo el Continente, pero en Sucre comienza el verano - me corrigió.

- Sucre está dentro del continente sur que va a entrar al invierno y por ende Sucre también entra al invierno.

- Qué terco eres Pepe, verás como mañana sale sol.

Efectivamente, al otro día salió el sol, pero estábamos por dar paso al invierno.

Al día siguiente, luego de tomar su chocolate de ley con sus cachangas, la tía Cata me pregunta:

- Don Pepe ¿piensa tener otro hijo?

- ¿Cuántos tiene usted? – retruqué.

- Vaya anotando y saque usted su cuenta: Crísfora, José Nieves, Cresila, Laura, Elvira, Víctor, Vilanoba, Emilio.

- Mama mía, ¿tantos?- dije

- Para que aprenda de su mayor.

A unas cuadras de la casa, un grupo de trabajadores se ponen a levantar un coso. Vigas, tablas, clavos, sudor y a los cinco días ya está todo terminado. Desde niño fui a la Plaza de Acho y vi torear a Manolete, Rovira, Procuna, Armillita, Conchita Cintrón y a Puga, así que deseaba ver a los toreros en provincias.

No soy un crítico taurino mas las tres tardes fueron aceptables, la tercera fue la mejor. Ningún torero se llevó una oreja ni nadie salió en hombros pero mostraron pundonor y maestría en las suertes efectuadas. En la puesta de banderillas se lucieron algo mejor. Lo que me llamó la atención es que arrojaran fruta hacia los tendidos, además que estos estuvieran repletos de personas y una gran cantidad de chiquillos agazapados miraban las faenas debajo de los tablones del coso. También noté que no habían picadores, salía el toro y de frente el torero empezaba a capotear. Tampoco sonaba la corneta para el cambio de tercio.

Entre tarde y tarde nos llevaron a una chacra con plantas de maíz, que acababan de cosechar, para arrancar sus tallos y chupar su agradable jugo no tan dulce como el de la caña de azúcar pero si lo suficiente como para que mi mayor hija me preguntara:

- Papá ¿de dónde saca azúcar el maíz?

Qué problema tener que explicar, a una pequeña, los cambios químicos que se dan al interior de algunas plantas que llevan a la producción de azúcar que lo acumulan en su tallo. Me perece que salí del problema diciéndole:

- Pregúntale a la planta.

Ella lo hizo y volteando me dijo:

- La planta no dice nada.

- Es que guarda de manera celosa su secreto.

La procesión de San Isidro labrador no tenía la apoteosis de la del Señor de los Milagros pero su fe y devoción por el es tanta que llegan paisanos de todo el Perú y muchas veces viajan desde el extranjero. En medio de su travesía una muchachita que se notaba era enferma mental pugnaba por acercase hasta las andas lo que era impedido por las personas mayores, la enfermita insistía e insistía causando algún malestar hasta que alguien dijo en voz alta:

- Déjenla pasar.

Así lo hicieron, ella pasó adelante y de inmediato se sosegó, balbuceó algo que interpretamos como oraciones dichas a su manera y llena de paz interior se retiró. Muchos pormenores se escapan de mis recuerdos pero si rememoro la risa de Elvira cuando en las noches no sabía sortear los charcos de agua que dejaba la lluvia y como usaba calzado tipo mocasín me mojaba hasta las medias, también aflora la orden de la tía Cata:

- A ver don Pepe, pele usted los cuyes.

Yo acepté en medio de la cara de espanto de Elvira quien me dijo:

- ¿Por qué aceptaste? Si se te hacen cuatro pelos menudo problema vas a tener.

La tía Cata acostumbrada a repartir tareas dentro de casa, aun cuando en este caso creo que me estaba tomando examen. Dicho y echo, al pelarlos los cuyes se mostraron reacios a colaborar conmigo, todos se hicieron cuatro pelos y mientras mas que los metía en agua caliente mas duro que aferraban al pellejo. Entonces con mucho disimulo los llevé al cuarto, saqué mi máquina de afeitar, hice abundante espuma con mi brocha, los embadurné, los rasuré y adiós los pelos, quedaron cachi poto y nadie notó la diferencia de procedimiento. Pero deseo narrar un juego que me llamó mucho la atención, es un juego primo cercano del pis pis, se trata de la chunga.

Antes que nada hay que indicar que Celendín produce una abundante variedad de frejoles, los hay colorados, guindas, blancos, negros, rosados, marrón claro y marrón oscuro, rojos, morados, blancos con pintas negras llamados vaquitas, blancos con manchas rojas llamados pintos, etc.

Desconozco el origen de tal nombre ni si es válido el verbo chungar. Nadie me pudo dar luces desde cuando se le juega pero si que era muy popular. Nos sentamos en el suelo, adultos y menores, con las piernas entrecruzadas, a un costado del patio de la casa. Estaban, entre los pequeñines mis hijas Elvira Alionca, Cinia, sus primos Tania, Willy, Henry, Holman Aliaga Sánchez, sus primos Erica, Julissa, Sandro Aliaga Pereyra Se puso una manta al medio y cada uno la sujetaba sobre sus rodillas. La tía Cata sentada en el poyo que había al lado de la pared miraba como si fuera un juez titular. Cada cual eligió un determinado tipo de frejol, contando, me parece que, veinte.

Para comenzar se rige y para esto se echan los frejoles al centro de la manta que no está ni muy estirada ni muy floja. Por turno recogen un puñado, los tiran al aire y se los emparan con el reverso de la mano. Quien haya cogido el mayor número de los suyos da inicio al juego de izquierda a derecha. Si por casualidad hay empate, solo desempatan entre ellos.

Esa tarde jugamos a la limpia, vale decir que de frente se los tira al aire para emparar lo máximo que se pueda. con el reverso de la mano. Se pone a un costado los frejoles propios, los demás se devuelven a la manta y se continua jugando. Si al mostrar los frejoles recogidos no hay ninguno de los suyos, pierde su turno y sigue el que está a su lado.

Gana quien chunga (recoge) primero todos sus frejoles.

Dos tardes después nos volvimos a sentar pero esta vez jugamos con una variante, se llama con acomodadita.

Consiste en tirar al aire un puñado de frejoles, cogidos de la manta, se los empara con el reverso de la mano, igual que en el caso anterior, pero ahora tratará de hacer que los frejoles ajenos se acomoden en la juntura de los dedos para luego abrirlos un poquito de tal modo que caigan nuevamente a la manta. Cuando ya se han eliminado todos los ajenos o ya no se pueden eliminar mas, se los tira al aire para empararlos.

También se puede jugar en pareja, con el mismo tipo de frejol y sumando los puntos que acumulen ambos.

Este juego permite acrecentar la coordinación viso-motora, mejorar la habilidad motora gruesa, ayuda a tener paciencia para esperar su turno, a saber perder, permite socializarse aún mas. Un buen profesor sabrá valorar este valioso aporte a la educación popular realizado por el pueblo shilico, que según me dicen hoy está en la categoría de los juegos perdidos.

En agradecimiento por la hospitalidad recibida compramos un fluorescente mediano y se lo instalamos en la cocina, puesto que allí pasaba buena parte del día, después supe que de allí lo pasaron a su tienda.

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